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Qué pena con ustedes…

Dejar a su consideración este video de humor que nos «ilustra» acerca de un caso más de corrupción de un magistrado que en vez de reputadísimo deberíamos llamarlo de otra manera. ¿Reir o llorar?

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Los botines del magistrado
por Daniel Coronell Monday, Dec. 04, 2006 at 9:54 AM

En Colombia no aplica el proverbio según el cual ‘primero cae un mentiroso que un cojo’. Puede que algunos cojos caigan, pero los mentirosos llegan lejos. Un buen ejemplo es el magistrado José Alfredo Escobar Araújo. Cuando se hicieron públicos sus contactos con dos miembros de una red mafiosa, el presidente del Consejo Superior de la Judicatura se propuso llevar la versión hasta el límite de la duda razonable, evitar cualquier investigación y seguir tan campante.

Al comienzo declaró que apenas conocía a Giorgio Sale, un ciudadano italiano acusado de ser miembro de la mafia calabresa y de lavar dinero para el desmovilizado Salvatore Mancuso. Cuando a Escobar le preguntaron si era amigo del detenido, contestó con firmeza: «No. Es conocido porque es el dueño de unos restaurantes que yo frecuento».

A medida que el verdadero alcance de la relación se conocía, el magistrado acomodaba su versión. Cuando las grabaciones telefónicas demostraron sus gestiones para que Giorgio fuera recibido por un alto funcionario de la Dirección de Estupefacientes, reclamó que lo había hecho en cumplimiento de su trabajo. «Es deber de los funcionarios, atender a todos los ciudadanos».

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No dijo que el funcionario a quien le reclamaba el cumplimiento de ese curioso deber era Antonio Fernández de Castro, familiar de su esposa y en ese momento jefe de bienes de la Dirección de Estupefacientes. Reconoció, entonces, que tenía una «cierta relación amistosa» con el dueño del restaurante pero aclaró que no era íntima. Afirmó también que su ayuda desinteresada se limitó a «acelerar esa cita».

Otra conversación con el administrador del narcotraficante, Francisco Obando, sugiere que el magistrado gestionó más que el adelanto de una cita. En esa llamada, el magistrado le reporta a Obando: «Conversé con Antonio Fernández de Castro y me dijo que ya tenía listo lo de Grajales y que el viernes iba a definir lo de Barranquilla, lo del centro comercial».

En la misma comunicación, Obando, hoy capturado, lo llama «negrito» y le pide que llame a dos jueces para que miren con cuidado unos procesos importantes para ellos. El magistrado Escobar Araújo le responde: «Ah, bueno. Listo no hay problema. Yo le digo Adriana que me haga el puente. No te preocupes, con el mayor gusto».

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En su defensa, el magistrado señala que sólo le prometió al empleado del mafioso que iba a hacer las gestiones, pero que realmente no las hizo. Es decir, el presidente del Consejo Superior de la Judicatura alega a su favor, que es un mentiroso.

El hecho de que una juez avale la versión del magistrado, afirmando que no recibió llamadas, no prueba la inocencia de Escobar Araújo. Ante una petición de esa clase, un funcionario honesto no da caramelo. Su deber es aclararle al interlocutor que no hace ese tipo de vueltas, ni acepta que se las propongan.

Como sea, en ese momento ya no tenía sentido seguir negando una amistad que daba para mandarle a pedir esos favores con el administrador. Escobar, entonces, le apostó a la débil memoria de los oyentes y aceptó: «Yo era amigo…pero del comerciante exitoso, no del narcotraficante».

En eso iba la versión, cuando apareció otra llamada. La misma que tumbó a su esposa, la secretaria general de la Procuraduría, Ana Margarita Fernández de Castro. La señora dejó este mensaje en el celular del mafioso: «Giorgio: Quería darte las gracias por esa cartera tan divina, está espectacular, de mi gusto, de mi entero gusto…Los zapatos de José Alfredo, los botines me parecieron divinos. Una belleza y a él también le encantaron…Un beso, bien grande. Chao».

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Como días antes Escobar Araújo le había asegurado a Juan Gossaín que nunca había recibido regalos de Giorgio, corrigió: «Uno da porque le nace del alma dar, y así sucede en la amistad… Cuando me preguntó Juan, yo no recordaba que me había dado unos botines… unos zapatos». Como gran cosa, aclaró que no los ha estrenado.

Las consecuencias serán mínimas. No continuará como presidente del Consejo Superior de la Judicatura pero seguirá gozando de su condición de magistrado. A pesar de las evidencias, y como es costumbre, nada serio le pasará a este conchudo.

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