Gentes perdidas -Texto de humor

Según lo comentaba editorialmente un diario de la ciudad, las estadísticas en lo tocante a personas perdidas van resultando aterradoras. Un promedio de cinco por día, y eso ateniéndose únicamente a los avisos en que se da cuenta de las desapariciones, porque si a aquella cifra se agregan las de las personas cuyos familiares no tienen el menor interés en recuperarlas, y mucho menos en desembolsar gratificaciones, el número se doblaría, cuando menos.

En esta ciudad no es difícil determinar por qué se extravían las gentes. Muchos jóvenes por ejemplo se pierden en el cine, el licor y los paseos. Las alcantarillas destapadas son culpables de la vaporización de gran cantidad de viejitas. Candorosas jóvenes provenientes del campo, se pierden de un momento a otro en simultánea con un chofer o un celador del vecindario. No pocos jefes de familia de la clase media desaparecen cuando el desequilibrio entre su sueldo y los precios del mercado alcanza proporciones circenses, y hace pocos días la prensa daba cuenta del caso de un señor que, al ser notificado de que su descendencia había aumentado en tres unidades, emprendió veloz carrera hacia lo desconocido, no sin antes coger a patadas a la impertinente cigüeña transportadora.

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Está de otra parte, el renglón de señoras amas de casa acerca de las cuales no se tienen datos específicos entre otras cosas porque aún no han llegado al país cerebros electrónicos capaces de registrar la cantidad de aquellas que, en medio de impresionantes alaridos y arrancándose puñados de cabellera, huyen de sus hogares por no poder aguantar más a las señoritas del servicio doméstico. A su vez estas empleadas también desaparecen como por arte de magia pues son tan cotizadas entre las señoras del vecindario, con más ofertas «secretas» de trabajo que una juvenil promesa del fútbol. Ellas son, «de las que anochecen y no amanecen».

Y si usted desea comprobar su poder sobrenatural de desaparecer a las personas, no más cometa la tontería de prestarle plata a un amigo, ojalá sin garantía alguna, este es el método más seguro para no volverlo a ver, como dicen por ahí: «ni en las curvas».

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Y quienes ya han comprobado sin desearlo, cómo no volver a ver a ese fulano que le debe una cuenta, son los tenderos, pues por no pagar, el deudor entra al barrio por otra parte o camina sólo a la medianoche, como un fantastma , eso hará con el fin de no cumplir sus compromisos.

Pero, como lo observamos al principio de esta nota, nunca podrán conocerse al respecto datos veraces, por falta de información sobre los desaparecidos sin valor alguno para sus dueños, y entre los cuales figuran en sitio de vanguardia las madrecitas políticas y ciertos tiranuelos hogareños de tiempo completo y cuyos progenitores viven clamando por un moderno Herodes que los libre de tan exasperante plaga. ¿Quién, pongamos por caso sería tan majadero de ofrecer plata para que le devuelvan a un muchachito que vuelca un costalado de arena sobre la alfombra de la sala, acabando su mamá de pasarle la aspiradora? ¿O que le planta en pleno rostro a la señora encopetada que está de visita la bomba de destupir el inodoro? ¿O que abriéndole la puerta de la casa a cualquier vendedor le dice: «Siga y espere un momentico que papá y mamá están por ahí escondidos en alguna parte»?

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Semejante tipo de muchachito merece perderse. Y si acaso que escriba… ¡cuándo aprenda a hacerlo!

Alfonso Castillo Gómez, adaptación.

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