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Picardía angelical

Siempre cuando la amada resolvía
desnudarse y al lecho irse cansada,
el Angel de la Guarda, que bobada,
de la alcoba al momento se salía.

Loco por ver su desnudez rosada
mirar por las rendijas solo hacía,
y si caer las ropas él oía,
lucía al punto un ala chamuscada.

Cierta noche aquel ángel inocente
en un espejo vio desnudo, ardiente,
ese cuerpo de Venus dominguera.

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Y del amor oyendo su consejo,
esperó que la dama se durmiera,
tornó a la alcoba y se llevó el espejo.

Ciro Mendia

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