Ci-Mifú -El inquilino conchudo
Texto clásico de Enrique Aguirre López, Ci-mifú. Representante legal de la Fábrica Nacional de Discursos.
Don Celedonio es un buen señor que vive de la renta, aunque la renta a veces no lo deja vivir. Al morir su buena esposa. que tenía un corazón de oro, don Celedonio se sacó el gordo de la lotería. Es decir: heredó los bienes de su esposa y pasó a ser el directo administrador de ellos .
Hace algún tiempo don Celedonio dio en arrendamiento una de sus casas a un agente viajero, cobrándole por anticipado y recomendándole cuidara aquella propiedad pues él la quería mucho, como que era un recuerdo de su adorada mujer, q.e.p.d.
El agente inquilino pagó tres meses por adelantado, vencidos los cuales comenzó a retrasarse en el pago. Los primeros meses, el hombre iba en busca de su acreedor y le daba rendidas excusas por la mora, suavizando así la píldora para don Celedonio quien se la tragaba dulce y tranquilamente. Pero llegó un día en que el arrendador montó en ira santa, salió de casillas y entró en su casa, es decir, a la que ocupaba el agente viajero, pero como es lógico, éste estaba de viaje.
Cansado don Celedonio de la inutilidad de sus cobros, nombró a un muchacho para que se le sembrara como propia sombra a su moroso deudor, hasta que éste cancelara la totalidad de la deuda. El muchacho comenzó a ir todos los días a casa del agente viajero y la esposa de este lo recibía siempre con una sonrisa y varias disculpas sacadas de su extenso repertorio. El muchacho quedaba en regresar al día siguiente y así lo estuvo haciendo por espacio de quince días hasta que la señora le dijo con respetable seriedad:
-«Mire, joven: le pido el favor de no volver por aquí, pues ya los vecinos comienzan a murmurar». Don Celedonio dijo entonces, a su cobrador de oficio:
-«O usted me trae la plata de esa señora o queda destituído». El muchacho, como es lógico, quedó en le asfalto.
El viejo nombró a un segundo cobrador, el cual daba garantías de ser campeón de lucha libre, pero ni las amenazas ni la insistencia en el cobro dieron resultado alguno. Finalmente, dijo don Celedonio:
-«Me trae lo que me deben o la llave de la casa». El nuevo cobrador regresó más tarde sin un centavo, pero con la llave de la casa y dijo a su patrón:
«La señora le envía la llave, que, mientras tanto, ellos se van bandeando con la tranca».
Pero la cosa no paró ahí y el cobrador insistió en su penoso trabajo. Ocho días después se presentó ante don Celedonio con ciento cincuenta pesos, en abono a tres mil que adeudaba el conchudo inquilino. El viejo, iracundo, tomó a burla y envió a su cobrador por no menos de mil pesos como abono. Entonces fue cuando la señora de la casa le mandó a decir con respetable seriedad:
«Dígale al señor que agradezca los ciento cincuenta pesos que le enviamos, y eso gracias a que vendimos unas baldosas y la puerta de la sala».