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Un año en bicicleta

Hubo una noche en la que no pude llegar a mi casa. Todos los males del transporte público se confabularon como si una maldición llamada Bogotá quisiera que yo no volviera a ver a mi familia.

Entré a una estación de TransMilenio para salir quince minutos después, sin haberme subido a un bus, al borde de un ataque de claustrofobia. Los pasajeros se mataban por entrar a esas ollas a presión biarticuladas que llegaban perezosamente a la estación. Yo preferí perder lo del pasaje.

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No recuerdo qué pasaba en la ciudad ese día, lo que sé es que paré seis taxis y a ninguno se le dio la gana llevarme. Nadie podía recogerme, así que decidí caminar lo más que pude hasta que ya era inseguro llegar a pie.

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