Nueve chistecitos
Le dice un padre a su hijo, mostrándole las cuentas del colegio:
-Jamás llegué a imaginar que tus estudios costaran tanto.
-¡Y eso papá que yo soy de los que menos estudian!
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Padre, que besé a una muerta.
¿Cómo, un cadáver profanas?
¡Ay, padre, si fué a Ruperta
que estaba muerta de ganas!
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Un campesino llega a la ciudad y pregunta al primer policía que encuentra a su paso:
-Señor policía, tenga la bondad de decirme ¿dónde queda el Museo Nacional?
-¡Pues eso hasta el más bruto lo sabe!
-Pues por eso se lo pregunté.
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Un comerciante desconfiado le preguntó a una mujer casada:
-¿Dígame señora, se puede confiar en su marido?
-Por supuesto, yo le he confiado mi vida entera.
-Sí, claro, pero yo pregunto si se le podrá confiar algo de valor.
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Le participaba un amigo a otro su proyecto de matrimonio.
-Hombre, no puedo felicitarte, porque no tengo el honor de conocerla a ella. Y muchísimo menos podría felicitarla a ella, conociendote a ti.
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Una hermosa señora entra a un almacén y pregunta cuánto vale un par de guantes.
El dependiente, muy enamoradizo le dice:
-Dos besos, mi señora.
-Entonces hágame el favor de envolverlos.
El empleado presuroso los envuelve y se los entrega.
-Ya vuelvo con mi marido para que él le pague la cuentecita.
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-Yo digo, decía una señora, que es de buen agüero que lo siga a una un gato negro por todas partes.
-Y yo creo, mi señora, que los ratones no están de acuerdo con usted.
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La soga se revienta siempre por lo más delgado, lo raro sería que se rompiera por lo más grueso.
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En un entierro de un joven recién casado, un amigo del difunto pronunciaba un discurso:
-«Cuando todo le sonreía, la parca traidora nos lo arrebata y su eterna ausencia deja viuda y sumida el profundo dolor a una hermosa joven de veinticuatro años».
-¡Veintidos! interrumpe ella en voz alta y luego sigue llorando.