La prueba de que Dios existe
Hace poco visitamos con mi familia Teotihuacan, la Ciudad de los Dioses, en México. No sabíamos mucho de su historia, pero al llegar quedamos boquiabiertos por su extensión y el tamaño de sus pirámides.
Empezando el recorrido, bajo un sol muy fuerte, mi esposa se encontró una cámara de fotos al pie de una pirámide. Revisamos las pocas fotos que tenía y miramos a nuestro alrededor buscando a dos hombres que aparecían en ellas. No estaban entre los turistas que subían y bajaban los escalones de piedra, así que guardamos la cámara y seguimos caminando, acosados por los vendedores de artesanías.
Luego de bajar la pirámide del Sol, comparable en tamaño con la pirámide de Keops, en Egipto, dejé que mi familia siguiera adelante mientras yo me sentaba un rato a descansar en la sombra. Ya en silencio, rodeado por hormigas y chapulines, empecé a imaginar a los habitantes de Teotihuacan en su momento de esplendor, pensando en la importancia que debían tener sus dioses para ellos, como para levantar semejantes templos.
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