¡Estamos cundidos de reinas! -Texto de humor

A fuerza de permanecer aquí, uno va acostumbrándose tan arraigadamente a los hechos, gentes y cosas circundantes, que cuando menos lo piense están parecíendole muy naturales las fugas de las cárceles, el desperdicio de tiempo de los parlamentarios, la insolencia de algunos choferes de taxis y el desgreño administrativo de las oficinas públicas. Ocurre como con el sujeto que al cabo de cierto tiempo de vivir recluído en un villorrio provinciano acaba por hallarle a la señorita de las cabinas telefónicas atributos físicos para él nada inferiores a los de Penélope Cruz o Britney Spears.
Por eso conviene de vez en cuando el contacto con gentes extranjeras que nos visiten, ya que uno no puede viajar ni pagando después, y extraerles sus opiniones en torno a este medio nuestro tan enrevesado y peregrino. Por ejemplo, un caballero muy viajado, de ágil inteligencia y agudo sentido de observación, con quien conversábamos hace pocas noches, se mostraba alarmantemente divertido frente a esta cursilería nuestra de las reinas, dándonos a entender, en forma sutil no menos clara, que el país está haciendo el oso con tan ridícula costumbre. ¿De dónde acá esa nostalgia monárquica, ese afán de ponerle un remedo de realeza a cuanto hacemos y tenemos? ¿Se tratará, acaso, de alguna modalidad escapista, o por el contrario, estamos pasados de escapar de tan basto hábito?
No hay para que hacer por enésima vez la estadística de las soberanas de las que padece nuestro país. Las hay, y baste ello para dar una idea de su volumen en mayor escala, que policías escondidos esperando asaltar automovilistas cometiendo infracciones en flagrancia o ciudadanos haciendo colas en los bancos. Reinas de los callos, de la caspa, del guayabo, de los semáforos, del cementerio, de las farmacias de turno, de las calles de doble vía, de la cerveza y de otro sin número de cosas, sin contar las del ajedrez y de las abejas que por cierto quedaron relegadas al más lastimoso olvido. No obstante se organiza un bazar de caridad, se recoge la cosecha de arroz, se descubre un contrabando de chancletas o se establece un nuevo expendio de frutas y verduras, y para cada una de esas cosas lo primerísimo en que se piensa es en la elección de la respectiva reina, a cuyo efecto se abre el concurso entre una veintena de jovencitas que, encaramadas sobre el archivador, se hacen retratar en las redacciones de los diarios, y luego desfilan en alguna parte luciendo la indumentaria de todas sus colegas: traje straples largo, guantes hasta los codos y peinado estrambótico.
En esta materia, nada tan elocuente como lo sucedido en tardes pasadas y en casa de una familia capitalina, uno de cuyos miembros acababa de fallecer. Las visitas estaban congregadas en la sala de recibo, y como una vez finalizadas las oraciones empezó a decaer la conversación, pues ya todo el mundo había dicho sobre el muerto todo lo que había que decir, ¡se levantó un señor a proponer la elección de una reina del respectivo novenario!

Alfoso Castillo Gómez, adaptación.

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